Solo una vez me pasó de no saber qué decirle a una persona en un momento difícil. Porque, seamos sinceros, estamos adiestrados a repetir ciertas frases como "Lo siento mucho", "Te acompaño en sentimiento" y todas esas cosas que uno sabe que no sirven de nada, pero aún así las repetimos como loros.
Esta bien cuando se los decimos a los demás, porque ellos entienden lo incómodo que es llegar a decir eso. Pero.... ¿qué pasa si a quien tenemos que consolar es a nadie más que a nosotros mismos? Ahí es cuando notamos que esas palabras carecen de total valor y significado, que en realidad no estamos preparados para afrontar las pérdidas y que por más fuertes creamos que somos, terminamos rompiéndonos en mil pedazos como si fuéramos una hoja de papel. ¿Curioso, no? Creamos una barrera tan dura para hacer creer a los demás que somos irrompibles, que somos una especie de seres teflonizados (frase que le robé a mi profesora de Asesor de Imagen) y que todo lo que nos suceda/hagan/digan nos resbala como agua , que al final cuando, por obra del bendito destino, nos pasa algo, esa estructura que creíamos iba a protegernos de todo mal se agrieta y queda en peligro de derrumbe. Hace que nos sintamos desnudos, desprotegidos, descuidados. Cuando todo aquello que creíamos seguro se pierde en el abismo, terminamos convirtiéndonos en niños pequeños, esperando que la bondad de alguien más caiga sobre nosotros como gracia divina y nos saque del pozo que nosotros mismos fuimos cavando a lo largo de nuestra existencia.
Lo sé, suelo ponerme a filosofar con estas cosas, pero a veces siento que cuando uno dice: "Ya, no puedo sufrir más que como estoy sufriendo ahora", pasa algo peor. Como si quisieran darnos una señal ¿sabes? Algo así como 'No creas que tu vida va a ser siempre fácil, querida'. Y eso, realmente, es una mierda. Lisa y llanamente.
Pero bueno, suelen decir que después de lo malo viene lo bueno.... así que... tráiganme el tequila que ya me comí el limón!
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