jueves, 4 de febrero de 2010

El lunes 1 de febrero de este año, luego de unas observaciones que tuve que hacer para la facultad, con una médica amiga de la familia, decidí tomar un taxi, ya que la espera del colectivo se había hecho insoportable debido el calor. Primero me había negado, ya que hay una “pequeña” diferencia en cuanto al costo del viaje (en colectivo serían $1,60, mientras que en taxi fue de $16,78), pero la temperatura en la calle a las 2 de la tarde era demasiado alta para mí. Habré esperado menos de un minuto cuando pasó un taxi, y me subí en él.

Siempre me gustó hablar con los taxistas o con los remisesros, y aún más con los mayores, porque nunca te fallan en cuanto a historias un tanto locas, anécdotas graciosas, o datos históricos interesantes. Pero con este hombre fue un poco diferente, hasta conmovedor.

Cuando me subí, tuve la impresión de que era un tipo bastante retraído y que me iba a costar empezar una conversación con él. Error. En realidad, no sé por qué todavía confío en la “primer impresión” que me dan las personas, porque como ya me ha pasado miles de veces, termina siendo totalmente opuesta a lo que en realidad es.

Como habitualmente hago, le comenté lo insoportable que estaba el clima, y que realmente esperaba algún milagro de lluvia o viento que aplacara un poco las temperaturas. La respuesta a eso suele decirme si esa persona tiene o no ganas de hablar; frecuentemente, los que responden casi con monosílabos, no terminan hablando mucho (lo cual te hace fijarte en el paisaje que tiene Rosario), pero hay también quienes después de un “sí”, “la verdad” o un asentimiento con la cabeza, incorporan a la conversación experiencias personales o pensamientos, lo cual hace mucho más liviano el viaje (no es que no me guste cómo está Rosario, pero no me gusta compartir un espacio con alguien y estar mirando los dos para diferentes direcciones, me resulta incómodo).
El hombre me respondió: “Es verano, tendríamos que acostumbrarnos a esto”. “Bien,” pensé irónicamente “un gran conversador”. Pero no terminé de pensar eso que ya había comenzado a hablar de nuevo: “Bueno, tal vez será que no sufro el calor, sino que el frío es lo que me mata. No sé lo que hubiera hecho si me hubiesen mandado al sur con las Fuerzas Aéreas”. No parecía conciente de mi presencia cuando dijo la última frase, fue como un pensamiento en voz alta.
“Mejor aún,” seguí pensando “un militar retirado. ¡Qué suerte la mía!”. Debo aclarar que el calor no saca mi mejor genio, me pongo de bastante mal humor.

“Sí, dicen que el Sur es terrible. Un amigo de mi papá viajó con un tour a la Antártida, se quiso sacar una foto, así que se sacó un guante para poder manejar la cámara. No habrá estado sin el guante más de 5 minutos, y cuando se lo volvió a poner, casi no sentía la mano”.
“Me imagino” dijo mientras suspiraba.

No sé cómo, fuimos saltando de tema en tema, hasta que llegamos a los aviones. El taxista (me arrepiento de no haberle preguntado el nombre, no me gusta eso de “el hombre” o “el taxista”. Mm, nombrémoslo Carlos), Carlos, era (es) un verdadero fanático de la aviación, conocía muchísimo sobre las partes técnicas, pero me comentó que nunca había podido pilotar ninguna nave, ya que aunque se había anotado en la escuela de aviación, cuando llegó el momento de irse a Buenos Aires, el padre le pidió que no los dejara a él y a la madre, ya que era hijo único.

Le conté que mi tío era el que piloteaba el Tango 01 (el avión presidencial), lo que le dio un brillo nostálgico a su mirada, como si él se hubiese imaginado en ese lugar cuando era más joven.
También le conté que a mí me encantaba eso como profesión, pero que después de pensar bien en el futuro, veía que era una carrera bastante ajetreada para una mujer. Se hace más difícil la crianza de los hijos y la convivencia también. Así que la descarté y me incliné por medicina, otra carrera que me apasiona. Estuvimos hablando un buen tiempo hasta que llegamos a casa, sobre los aviones, los vuelos y los sueños que Carlos tenía de joven.

Cuando llegamos a casa, y después de que le haya pagado, me tomó la mano y me dijo: “Si lo que te gusta es la aviación, seguí esa carrera, no hagas como yo que me lamento todos los días de no haber seguido lo que me apasionaba”.

Me dio una pena enorme, y me hizo poner en perspectiva muchas cosas de mi vida, el cómo cuando uno es joven cree que las posibilidades de estudiar algo van a estar siempre presente, que 10 años no son nada, y cómo la familia influye en las decisiones, y cómo hay veces que uno tendría que seguir lo que el propio corazón le dice, sino terminamos renunciando a nuestros sueños, como hizo Carlos en su época, y como seguramente haría yo si mi mamá me pidiera lo mismo.

La cuestión es saber responderse con sinceridad : ¿vale la pena lo que estoy haciendo? ¿me hace feliz lo que elegí? ¿necesito esto o es sólo un capricho?

La respuesta es siempre muy variada, y no siempre es sincera, el mismo capricho o empecinamiento es lo que te hace responder erróneamente, y más aún si estás presionado con algo o por alguien. Es necesario tener un momento del día para uno mismo, para abstraerse y pensar. Pensar en el futuro, en el presente y en las oportunidades que se tienen y lo que se puede hacer con ellas (o lo que no puede). Pero con el ritmo de vida que tenemos, en el que no tenés tiempo ni para suspirar, porque tenés que lidiar con el trabajo, o el estudio, la familia, los quehaceres, y eso te consume, así que cuando llegás a tu casa, te das una ducha para barrer de tu cuerpo parte del estrés del día, te recostas en tu cama, decís “mañana pienso en mí, hoy estoy muy cansada” y te dormís. Al día siguiente es lo mismo. Y el otro. Y el otro.

Cuando te das cuenta, la vida te pasó por arriba, y ni te diste cuenta, porque siempre tuviste cosas “más importantes” que hacer. Sin tiempo para caminar una tarde por un parque o para tomar unos mates con tus amigos. Sin tiempo para vos, ahí es cuando decís ¿qué hice con MI tiempo? Y te das cuenta de que le dedicaste todo tu tiempo a complacer a otras personas: tu jefe, tus papás, el resto de tu familia, tus hijos, etc. La lista es interminable.

Por esto mismo es que este año decidí dedicarmelo por completo. Si no quiero hacer algo, no lo hago, si no tengo ganas de ver a nadie no me siento culpable ni me estrujo la mente con pensamientos como "¿Qué pensará si no voy?".. Simplemente, hago lo que me plazca. Bueno, eso sin dejar de lado las responsabilidades que ya tengo, pero sin agregar nuevas.

Bueno, veo que me distraje mucho de la historia de Carlos, así que por hoy voy dejando esto asi :)



(Maca ♔)

2 comentarios:

  1. Una pena lo de Carlos, renunciar a los sueños, vivir arrepentido... Al menos su experiencia nos puede ayudar en nuestras vidas, en las decisiones que tomemos.

    Me gustó mucho tu relato, lo leí con sumo interés, te quiero amiga :)

    ResponderEliminar
  2. viiste! :( me qedo como un peso en la boca del estomago por el resto del dia.. re feo!!
    yo tmb te qiero amigo :)

    ResponderEliminar